Bangkok tiene también su historia de escritores occidentales que pasaron por allí en la primera mitad del siglo pasado. El hotel Mandarin Oriental era el centro de acogida y tras algunos esfuerzos lo localizamos en nuestro último día. Estas lanchas comunican el hotel con el restaurante que tien al otro lado del río.
No era fácil pues existir sigue existiendo, pero la imagen de un edificio tradicional ya es historia con una reforma que lo ha difuminado. El interior en cambio mantiene un ambiente de época y refinamiento.
No era fácil pues existir sigue existiendo, pero la imagen de un edificio tradicional ya es historia con una reforma que lo ha difuminado. El interior en cambio mantiene un ambiente de época y refinamiento.
Conservan un salón dedicado a escritores como Tolstoi, Hemingway o Simenon, por citar algunos, que por allí pasaron, con fotos incluídas. En las salas que permiten recorrer hay imágenes de reyes y personas importantes para recordar un pasado en el que era más que un simple hotel. Puro lujo asiático.
En esta jornada clásica de turismo visitamos el parque Lumpini,
posiblemente el mejor de la ciudad en una urbe que no destaca por sus zonas verdes.
Como es habitual cuenta con varios lagos y cursos de agua.
posiblemente el mejor de la ciudad en una urbe que no destaca por sus zonas verdes.
Como es habitual cuenta con varios lagos y cursos de agua.
Pese a llevar más de tres semanas por la zona, hasta el final siguió llamándonos la atención la presencia abrumadora de motocicletas por las calles. Es el vehículo por excelencia.
Y por la tarde, antes de poner rumbo al aeropuerto, un paseo final por el río.
En apenas veinte minutos una jornada despejada se convirtió en un día más de tormentas, solo que esta fue especialmente intensa.
La vimos llegar por un lado del río, el Chao Praya, y al momento nos envolvía dejando Bangkok casi en tinieblas.
En apenas veinte minutos una jornada despejada se convirtió en un día más de tormentas, solo que esta fue especialmente intensa.
La vimos llegar por un lado del río, el Chao Praya, y al momento nos envolvía dejando Bangkok casi en tinieblas.
Y a media tarde, con margen de sobra, de camino al nuevo e impresionante aeropuerto de Suvarnabhumi, inaugurado en 2006. Enorme, con un diseño espectacular y si se llega de noche sus cristaleras permiten ver todo el interior iluminado. La parte comercial y de tiendas, con las primeras marcas mundiales, ocupa una extensión enorme. Tiene capacidad para 100 millones de pasajeros año, el doble de los que pasaron por Barajas el año pasado.
No tuvimos precisamente fortuna con el taxista que nos tocó en suerte. Pillamos un fenomenal atasco y empezó a ponerse nervioso y a golpear el volante. Como no hablaba una palabra de inglés era imposible saber que le pasaba, y nos extrañaba que el retraso le preocupase siendo un profesional del ramo. Si acaso a nosotros, que disponíamos de margen de tiempo. Al final, tras una hora de marcha a lo Fitipaldi, cambiando constantemente de carril para adelantar y poniéndonos los nervios de punta, en un punto concreto de la autopista (hasta seis carriles), masculló un "sorry" y paró el coche en el arcén, donde había más colegas suyos haciendo lo que él iba a hacer un instante después: ¡Se estaba meando!. Ante nuestro estupor, dejó el vehículo encendido y en el lateral se alivió. No dábamos crédito, pero a partir de aquí fue más relajado (un poco). Menos mal.
Tras esta anécdota para el recuerdo llegamos al aeropuerto e iniciamos el vuelo de regreso, que discurrió sin incidencias. Ahora, a digerir lo vivido y a pensar en otra.