viernes, 9 de septiembre de 2011

(15) The end con el taxista loco

Bangkok tiene también su historia de escritores occidentales que pasaron por allí en la primera mitad del siglo pasado. El hotel Mandarin Oriental era el centro de acogida y tras algunos esfuerzos lo localizamos en nuestro último día. Estas lanchas comunican el hotel con el restaurante que tien al otro lado del río.

No era fácil pues existir sigue existiendo, pero la imagen de un edificio tradicional ya es historia con una reforma que lo ha difuminado. El interior en cambio mantiene un ambiente de época y refinamiento.
Conservan un salón dedicado a escritores como Tolstoi, Hemingway o Simenon, por citar algunos, que por allí pasaron, con fotos incluídas. En las salas que permiten recorrer hay imágenes de reyes y personas importantes para recordar un pasado en el que era más que un simple hotel. Puro lujo asiático.
En esta jornada clásica de turismo visitamos el parque Lumpini,

posiblemente el mejor de la ciudad en una urbe que no destaca por sus zonas verdes. 

Como es habitual cuenta con varios lagos y cursos de agua.
Pese a llevar más de tres semanas por la zona, hasta el final siguió llamándonos la atención la presencia abrumadora de motocicletas por las calles. Es el vehículo por excelencia.

Y por la tarde, antes de poner rumbo al aeropuerto, un paseo final por el río. 


En apenas veinte minutos una jornada despejada se convirtió en un día más de tormentas, solo que esta fue especialmente intensa.

La vimos llegar por un lado del río, el Chao Praya, y al momento nos envolvía dejando Bangkok casi en tinieblas.

Y a media tarde, con margen de sobra, de camino al nuevo e impresionante aeropuerto de Suvarnabhumi, inaugurado en 2006. Enorme, con un diseño espectacular y si se llega de noche sus cristaleras permiten ver todo el interior iluminado. La parte comercial y de tiendas, con las primeras marcas mundiales, ocupa una extensión enorme. Tiene capacidad para 100 millones de pasajeros año, el doble de los que pasaron por Barajas el año pasado.

No tuvimos precisamente fortuna con el taxista que nos tocó en suerte. Pillamos un fenomenal atasco y empezó a ponerse nervioso y a golpear el volante. Como no hablaba una palabra de inglés era imposible saber que le pasaba, y nos extrañaba que el retraso le preocupase siendo un profesional del ramo. Si acaso a nosotros, que disponíamos de margen de tiempo. Al final, tras una hora de marcha a lo Fitipaldi, cambiando constantemente de carril para adelantar y poniéndonos los nervios de punta, en un punto concreto de la autopista (hasta seis carriles), masculló un "sorry" y paró el coche en el arcén, donde había más colegas suyos haciendo lo que él iba a hacer un instante después: ¡Se estaba meando!. Ante nuestro estupor, dejó el vehículo encendido y en el lateral se alivió. No dábamos crédito, pero a partir de aquí fue más relajado (un poco). Menos mal.

Tras esta anécdota para el recuerdo llegamos al aeropuerto e iniciamos el vuelo de regreso, que discurrió sin incidencias. Ahora, a digerir lo vivido y a pensar en otra.

martes, 6 de septiembre de 2011

(14) Adiós Camboya, bye Bangkok

Los tres días en Siem Reap concluyeron el lunes y esa mañana regresamos a Bangkok. 
Al marcharnos nos fotografíamos con Thavi y Leakheng, las amabilísimas encargadas de la recepción. 
Son dos chavalitas de 22 y 24 años, muy guapas como se aprecia, que a los detalles del día anterior sumaron al irnos una camiseta para cada uno y un pequeño botellero de cuerda tejido a mano para llevar una botella de agua. Realmente abrumador. Sin mentir lo más mínimo, les garantizamos que el Golden Temple lo recomendaríamos a cualquier conocido que tenga pensado venir a Angkor.
El viaje hasta la frontera camboyana, Poipet, no tuvo nada que ver con el de ida. El hotel nos buscó un taxi que por menos de la mitad de precio cumplió su cometido con profesionalidad y sin tratar de pararnos en ningún sitio. 
Relajados, fuimos observando la realidad de un país en el que casi todo se transporta a lomos de motocicleta: lo mismo cerdos vivos  en decúbito supino (en la imagen superior) que grandes piezas de madera que sujetan el pasajero y con una mano también el conductor. Los vimos pero no nos dió tiempo a sacar la foto.
Cruzamos varios pueblos y ciudades, llenos de polvo ya que sólo la carretera principal está asfaltada y no desde hace mucho tiempo.

Nos topamos con un entierro en el que la muerta y los asistentes iban en chimpin.Y por fin retratamos en condiciones el vehículo familiar por excelencia en Camboya y creemos que en todo el Sudeste asiático.
Sobran comentarios, porque lo más impactante es ver como muchas veces llevan en brazos a bebés cogiéndolos de medio lado, en ocasiones el propio conductor.
De Poipet, frontera de Camboya, pasamos a Aranya Prathet, la parte tailandesa. Sin problemas, pero en la zona thai fuimos también protagonistas de un agobiante chalaneo para negociar el transporte a Bangkok.

Queremos dejar también constancia de las condiciones en que un enjambre de "muleros", pensamos que camboyanos, se dedican a cruzar mercancías empujando grandes carros, y a veces descalzos en una frontera totalmente polvorienta.

Por resumir, negociamos el viaje en taxi a Bangkok para evitar el tren, más lento,y luego un taxi en Bangkok hasta el hotel, ya que al final ahorrábamos muy poco. Cerrado el acuerdo, en el que intervinieron varias personas, cuyo papel ignoramos, empezaron los avatares: el coche se retrasa, cuando llega, casi una hora después, es pequeño y no caben las maletas. Ofrecen llevarnos en una Vanette, pero ya es más caro. Luego en dos taxis, pero nos negamos a separarnos. En fin, ahorro detalles, pero también querían cobrarnos por adelantado. Todo se resolvió cuando con determinación dijimos que nos íbamos a la estación del tren. Por fin las maletas cupieron en el primer coche y aceptaron el pago al llegar, en lo que no estábamos dispuestos a ceder. El taxista se pasó casi todo el viaje hablando por teléfono para enterarse de dónde estaba nuestro hotel porque debió sospechar que no cobraba...El Centre Point Silom es estupendo y está en la misma zona que el anterior.

En Bangkok hemos pasado casi tres días para chequear de nuevo esta vital urbe y hacer algunas compras y turismo más al uso. En la imagen, la piscina de nuestro hotel, en el piso séptimo, y al fondo el Lebua, uno de lujísimo, aunque el nuestro es una verdadera maravilla.

Además de nuestras habitaciones (arriba), en el piso 21, que cuentan con una pequeña cocina con todo lo necesario y lavadora y la vista que disfrutamos.

Otra de las ocupaciones de estos días ha sido buscar un sastre para Alfonso que sin duda quiere impresionar a sus señorías con su elegancia. Por toda la ciudad se ofrecen "taylors" con un precio cerrado para traje y camisa, que te hacen en 24 horas, y el lote incluye una corbata. Son casi todos indios, aunque al final Alfonso eligió a uno que resultó ser nepalí. Los hay desde 49 euros todo el conjunto, aunque prefirió uno más caro pero de mejor calidad.

Lo primero fue tomar medidas. 
 
Y luego la prueba. Ya incluiremos la foto con el traje terminado, que mañana recogerá antes de irnos al aeropuerto.
Hela aquí, aunque ya no quiso ponerse el pantalón,terminado el día anterior .  
 Fely y Juanma no tenían ninguna prisa en salir del sastre y se dedicaron a comentar el modelo, tan felices en el sofá y con aire acondicionado.
También teníamos visitamos, por fin, convenientemente calzados, el Sirocco, el restaurante del Hotel Lebua, muy próximo a nuestro hotel.


Es un local muy conocido que adquirió fama mundial con la película "Resacón en Bangkok", continuación de "Resacón en Las Vegas" y con argumento similar.

El local se encuentra en la cúpula de un rascacielos, en el piso 64. Tiene dos llamativas terrazas desde donde se divisa una vista espectacular.


Esta es la escalera que sale en la película y su famosa cúpula dorada.


Y esta la vista desde el Sirocco. Lo que está delante es nuestro hotel y su piscina. La siguiente es también una maravillosa vista nocturna de la ciudad.
Y de la zona del río.
En este local, al que acude gente guapa y turistas, clavan de lo lindo.

Una copa cuesta más que cenar en un buen restaurante, y acabamos de estar con una pareja de Bilbao  en luna de miel que decidió no ir a cenar al Sirocco ya que les salía la broma por 300 euros, una cifra que aquí es un capital.

Otra imagen curiosa: la vista de Bangkok desde nuestra habitación al amanecer, que Ana no quiso perderse hoy.
También visitamos hoy la casa museo de Jim Thompson, un arquitecto americano que se estableció aquí tras la segunda guerra mundial y que destacó por su defensa de la cultura local. Su leyenda se agrandó al desaparecer en Malasia en 1967: todavía hoy no se sabe qué fue de él.

El museo está en la que fue su casa, que construyó como una vivienda tradicional thai. Interesante.
El resto del día han sido visitas culturales y también al megacentro MBK, uno de los más famosos. 

Está en una zona, la de Siam, en la que hay otros muchos, algunos ultramodernos y bastante exclusivos que conviven con los sempiternos mercadillos. Empezamos a pensar que Bangkok es en realidad un inmenso mercadillo aunque, en realidad, todos tienen más o menos lo mismo.
 
Y la última cena, en un buffet japonés en el que los platos circulan por una pasarela en el centro. El precio tirado y la única limitación es el tiempo: máximo hora y cuarto. A nosotros, con 45 minutos nos sobró. Comprobamos que desde Japón hemos perdido mucha destreza en el uso de los palillos. Alvaro, no tomamos soja eh! aunque sí nos pusieron el típico hornillito de agua de Japón en el que pones de todo.

 Mañana, desayuno y bañito en la piscina, últimos paseos, recoger el traje de Alfonso y a media tarde, al aeropuerto para regresar. Todo se acaba.......

domingo, 4 de septiembre de 2011

(13) Maravillados con Angkor


Habíamos visto y leído sobre Angkor, pero aún así la realidad impresiona. En Sukothai coincidimos con una familia madrileña que nos aseguró que los templos de Anghkor es obligado conocerlos y ahora lo suscribimos. Vinimos pertrechados de esta guía, bastante completa.

Es un lugar espectacular, inimaginable, y el templo que más nos impactó es el de estas dos primeras fotos, el de Bayon, casualmente el primero que vimos. De la piedra emergen unas caras de lo más fantasmagórico.


Además de los templos, el hotel en el que nos alojamos, el Golden Temple, ha sido un hallazgo, y hoy, en nuestro último día, literalmente se están pasando de amables, algo que parece sobrarles a los encantadores camboyanos (exceptúo a nuestros timadores). Y el desayuno también nos ha gustado.


Nuestro taxista, Taun, resultó un chaval encantador. Nos llevó en su tuk-tuk a los templos y se ha pasado dos días a nuestra disposición dando todas las facilidades del mundo. Pese a sus 28 años ya tiene dos hijos, de 6 años y de 2 semanas, y se asombra de que en España esas cosas se tomen con más calma.


Y antes de entrar más en materia, una imagen de Angkor Vat, el templo de los templos, el que da nombre a todo el inmenso recinto, de un tamaño y vistosidad espectacular. 

La entrada al recinto la hicimos el primer día por la Puerta de la Victoria, con esta sucesión de estatutas de dioses y demonios,  cada uno a su lado respectivo, abrazando una inmensa naga (serpiente). Entrar a Angkor Vats, el reclamo turístico por excelencia, del país exige pagar una entrada de 20 dólares USA (la moneda oficial aquí) por un día o 40 por tres. 


Al sacarla te hacen una foto que se incluye en la entrada, y te la piden en muchos sitios.  Además, los ingresos se destinan a la conservación, pero está claro que haría falta mucho más.


Los templos de Angkor se construyeron entre los siglos IX y XIII, en el esplendor del imperio Khemer. Posteriormente este imperio desapareció por una invasión y el recinto quedó abandonado. La naturaleza lo invadió hasta un punto inimaginable, como  se verá en algunas fotos.


Son muchos kilómetros cuadrados los que ocupa en una gran llanura e incluyen una inmensa red hidráulica con canales y embalses. En su momento los campos de arroz allí existentes garantizaban la subsistencia de un millón de personas.

Las caras esculpidas en Bayón le diferencian de todos los demás.







Ta Prohm es de los más famosos por las consecuencias de la recuperación por la selva de lo que era parte de su territorio. Enormes raíces juegan con los edificios y muros como si fuera de juguetes.

En Angkor existen escaleras de todos los pelajes, pero con algunas características comunes: escalones altos, a veces exageradamente, y casi siempre muy estrechos, lo que dificulta el ascenso y sobre todo la bajada. Eso, además del calor húmedo.



Los elefantes forman parte de la decoración en los relieves de los muros y en esculturas.



Mientras lo visitamos nos encontramos con el vehículo familiar por excelencia, la motocicleta, muchas veces con más de tres pasajeros. Los extranjeros no pueden alquilarlas.


Hay estanques y canales por todas partes, algunos son casi mares.



El líquido de un coco fresco ayuda a combatir el calor o al menos a olvidarlo por unos momentos. Sudamos constantemente dada la elevada humedad y alguna ventaja tiene: pese a que estamos bebiendo constantemente no necesitamos ir al baño.





Los niños también son una constante en Angkor y están por todas partes vendiendo baratijas y se dirigen a tí en inglés con buen acento y hasta en español a veces. Impresiona, pero al menos no van mal vestidos ni están desnutridos. Supuestamente también van al colegio, pero no está claro ya que visitamos los templos en sábado y domingo. Son muy guapos.




Siguiendo con Ta Prohm, fue terminado a finales del siglo XII y para dar idea de sus dimensiones un dato: allí vivían casi 13.000 personas entre sacerdotes y auxiliares.


Lo que han hecho los árboles y siglos de abandono sería inimaginable de no verlo.



Las raíces estrangulan literalmente los edificios.





En otros dos templos encontramos también árboles que se están zampando los edificios y que se han convertido en uno de los principales atractivos.
 

Y llegamos a Angkor Vat, el templo que da nombre al conjunto y que tiene unas dimensiones espectaculares. 



De hecho, la visita cansa por sí sola.


Construido en la primera mitad del siglo XII, es  un complejo que ocupa un rectángulo de 1,3 por 1,5 kilómetros. Está rodeado por un canal de 200 metros de ancho.
En la entrada alucinamos al ver a un grupo de currantes cortando el césped... ¡a machete!.




Increible. Hacía un calor de justicia y ellos allí dando golpes al suelo y doblados haciendo un trabajo que una máquina haría mejor en un ratito. En general había mucho personal, barriendo hojas y tareas similares casi inabarcables a mano en un recinto kilométrico que solo puede recorrerse en un vehículo.


Solo los edificios de este templo ocupan 100.000 metros cuadrados y de la estructura de madera y demás materiales perecederos no queda nada.

Existen varios muros y sucesivas construcciones de un templo en el que además del rey, su corte y los sacerdotes vivían 20.000 personas.


Acceder a la parte central no es sencillo ya que la escaleras más bien parece quere impedirlo. La bajada es especialmente puñetera.
Pero como no todo era ver templos, al llegar al hotel hubo quien disfrutó del masaje de piernas (con máscara incluída)



que nos ofrecieron de forma gratuita después del baño reconfortante en la magnífica piscina.




Y no fue el único detalle: al llegar, la tradicional bebida de recibimiento, en este caso acompañado de un tentempié . Cuando usas el ordenador te llevan té frío y hoy al irnos a los templos nos dieron un pic-nic que nadie había encargado. Hace un rato, a media tarde, nos trajeron una bebida y un apertitivo consistente en  una bebida de coco, unos rollitos de primavera y otros de verdura y dijeron que estábamos invitados a cenar.
Algunos de los niños de Angkor. 


La de la foto siguiente cautivó especialmente a Fely. Pese a su cortísima edad, menudo espabile para intentar que les compráramos algo. Al principio nos daba reparo, por aquello de no fomentar el trabajo de niños, pero nos daba tanta pena que algo les compramos .


 Y, claro, son niños. Además de vender juegan, en ocasiones en charcas y canales de aguas semiestancadas (o claramente estancadas) que te ponía la carne de gallina. 

Es una zona de enfermedades especialmente graves como la malaria o el dengue. 



Ni qué decir tiene que nos embadurnamos hasta las cejas de repelentes de mosquitos.


Alfonso, emocionado de tanto ver conducir a Taun, hizo un amago de quitarle el puesto. 



Observar que este tipo de tuk-tuk son motocicletas a las que se añade un remolque. Por cierto, aquí no pudimos plantearnos alquilar una moto: está prohibido a los extranjeros.



Últimas imágenes de árboles imposibles y escaleras junto a una de las cabañas existentes por la zona. 
El templo de las mujeres que visitamos hoy 
dista unos 20 kilómetros

y pudimos ver poblados y casitas modestas, así como gigantescos campos de arroz. 


Es un país pobre que dista mucho de la vecina Tailandia, pero miseria no hemos visto, aunque si alguna mendicidad, pero eso también lo tenemos en España. La gente tiene buen aspecto y va  correctamente vestida. Eso sí, tenemos claro que estamos donde estamos, en Siem Reap una ciudad que vive del turismo de Angkor, muy europea, con una vida nocturna intensa, y montones de hoteles y restaurantes. Posiblemente, casi seguro, la Camboya profunda sea otra cosa.



Y una imagen de grupo para despedirnos junto con una de Bayon y otro templo. 


Mañana volvemos a Bangkok, esperamos que sin incidencias, para hacer un  último repaso a la capital antes de coger el avión el miércoles por la noche.